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Antiguo 07/01/2011, 02:19   #1
champo
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'¿Prohibirán el cigarrito de después?'

'¿Prohibirán el cigarrito de después?'

Tengo el corazón partío con esto de la aprobación de la Ley Antitabaco. Como buena ex fumadora, no sé porqué misterios de la naturaleza, hasta hace poco lo pasaba fatal después del sexo porque sentía que mi cuerpo pedía el clásico “cigarrito de después”. Pese a que ya he domesticado ese ansia y he cambiado el "enciéndeme un pitillo" por "echemos otro polvillo", hasta ahora no me había planteado seriamente si debía prohibir o no fumar en mi casa. Aunque a este paso puede que lo haga el propio Gobierno...

A día de hoy aborrezco sobre todas las cosas la nicotina y el olor del humo, pero al fin y al cabo... ¿es mi repugnancia argumento suficiente frente al placer que sienten algunos cuando se encienden un cigarro después de un polvo? Calibrando lo mucho que les gusta (y recordando lo que me gustaba a mí), creo que la prohibición podría entenderse como un coitus interruptus.

Y, por otro lado... ¿quién no ha recurrido alguna vez al viejo truco de “tienes fuego” o “me das un cigarro” para ligar? Creo que a las industrias tabaqueras se les debe un homenaje como genuinas rompedoras de hielo que vinieron a rescatarnos del caduco "¿estudias o trabajas?" y del manido y cursi: "¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste?". De hecho, no seré yo quien se niegue desde ahora a seguir haciendo pandi con los fumadores (que son gente divertida y enrollada) en la puerta de los bares, aunque sólo sea para rememorar los botellones de mi adolescencia. Hagamos memoria...

Yo empecé a fumar a los 18 años porque en aquella época no ligabas lo mismo siendo fumadora o no. Al principio fingía que fumaba para tontear con el más golfo del instituto (qué le vamos a hacer, siempre me han gustado los malotes). Nunca entendí muy bien el paralelismo, pero creo que algunos estaban convencidos que, si te fumabas un cigarrito con ellos, podías fumarte cualquier cosa que te metieran en la boca. Así es que, un mal día empecé a tragarme el humo y comprobé que, después de encenderme tres pitillos, algunos me ofrecían confiados echarle unas caladitas a su mismísimo puro.

Eso debió pensar Bill Clinton con el episodio del puro y la becaria. Si le metió o no le metió a Monica el habano por el sexo antes de fumarse un cigarro con sabor a coño, lo ignoro, pero ni Clinton se inventó ese juego ni será el último que se fume un puro con esa esperanza. O al menos eso dicen algunos sibaritas, que aseguran que los buenos habanos se distinguen de los demás porque tienen impregnado el aroma de los muslos de las cubanas, que los enrollan en sus piernas.


Supongo que eso es lo que esperaba de mí un novio fumador que tuve cuando yo ya había dejado el tabaco, que aprovechaba los viajes que hacíamos en los que él conducía para intentar adiestrarme en el difícil arte de liarle los pitillos. Después de llenar de hebras de Golden Virginia la tapicería, perder 10 boquillas y romper 14 papelillos, una vez volviendo de la playa, me reprendió:

-”Hay que ver qué poca habilidad tienes y el nulo interés pones, Pandora, en hacer una cosa tan sencillita con las manos y un poco de saliva...”. Así es que metí el instrumental en la guantera, me solté el cinturón de seguridad, me incliné sobre sus piernas (no intentéis hacerlo que ahora ya es delito) y le dije:

-”Te voy a enseñar yo lo que soy capaz de hacer con las manos y un poco de saliva si me prometes que no enciendes ninguno hasta que lleguemos a Madrid”.

Tuve que hacer que durara aquello un rato largo y ya empezaba a marearme de tanto mirar hacia abajo y clavarme la punta en la campanilla con los baches del camino, cuando una de las veces que levanté la cabeza vi que pasábamos por Arganda del Rey. Así es que decidí apurar la felación con una calada larga. ¿Os queréis creer que fue capaz de conducir casi 50 kilómetros mientras se la chupaba, pero tuvimos que parar en Rivas porque no podía esperar a llegar a casa para echarse un cigarrito?

Dejé de fumar seis años después de encenderme el primer pitillo un día que, cuando estaba comiéndome a besos a un chico monísimo y deportista, noté que no hacía las prospecciones esperadas con su lengua dentro de mi boca.

-"Me vas a perdonar", se excusó el pobre, "pero es que no estoy acostumbrado a salir con fumadoras y esto es como lamer un cenicero". Redonda me caí de la vergüenza y juré que nunca más colocaría un pitillo entre mis labios. Pero debo conservar todavía la cara de chimenea, porque todas las noches que salgo con mis amigas se nos acerca algún prójimo en busca de lumbre.

Si es guapo, le vacilo con que se lo voy a encender “con el fuego de mis ojos”. Y si es listo, me responde con la mano sutilmente en la entrepierna que se lo encienda “frotando un palo y dos piedras”... Y mira, fuego no he conseguido nunca así, pero calentones y polvos de lavabo, unos cuantos.


Fuente: [url]http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/lacamadepandora/2011/01/06/prohibiran-el-cigarrito-de-despues.html[/url]
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