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Jose Pepe o Pepito 
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Cometas en el cielo



Los antiguos, observando que los cometas aparecían y desaparecían de manera imprevisible, rodeados de una pálida cabellera y seguidos por una cola extremadamente cambiable, no tuvieron dudas: eran algo que venía a trastornar el orden celeste.

El hecho mismo de que los cometas no seguían el movimiento de los planetas, no hacía más que fortalecer esta creencia que llevó a considerar los cometas como responsables de acontecimientos históricos generalmente graves. De este modo, durante siglos se consideró que los cometas eran mensajeros de infortunios y la aparición de un cometa era causa de grandes preocupaciones en los pueblos.

En el siglo I a. JC. el escritor Plinio atribuyó la causa de la sangrienta guerra entre Julio César y Pompeyo al paso de un cometa. Lo mismo sucedió en muchas otras ocasiones; también en el año 1066, cuando el duque de Normandía Guillermo el Conquistador desembarcó en Inglaterra y mató al Rey Harold ll proclamándose nuevo rey, fue visto otro cometa. Hoy sabemos que se trataba del cometa Halley, el representante más ilustre de esta categoría de astros, que regresa de manera periódica.

Dejando a un lado las supersticiones, la opinión científica sobre la naturaleza de los cometas, que nuestros antepasados compartieron, era la que Aristóteles estableció alrededor del 350 a. JC. El gran filósofo griego formuló la teoría que tanto los cometas como los meteoros no eran otra cosa que fenómenos atmosféricos causados por vapores en ebullición que se desprendían de la Tierra y eran impulsados hacia la parte superior de la atmósfera.

La convicción de Aristóteles sobre los cometas sobrevivió durante siglos y el propio Galileo no logró resolver el enigma de las trayectorias de los cometas, aunque Tycho Brahe ya había lobrado calcular casi con total precisión sus enormes distancias de la Tierra.

Sólo en la segunda mitad del siglo XVII, gracias a los estudios de Newton y de Halley, se logró saber que los cometas están bajo la influencia de la fuerza de atracción del Sol, pero que, al contrario de los planetas, siguen trayectorias extremadamente alargadas.

Halley calculó que las apariciones de un cometa producidas en 1531, en 1607 y en 1682, debían atribuirse a un mismo objeto celeste y predijo que el cometa volvería en 1758. Halley no vivió tanto como para poder ver con sus propios ojos confirmarse la predicción. El cometa se presentó puntualmente a la cita y desde entonces se conoce con su nombre.

Pero llegamos a nuestros días. Hasta hace pocos años se pensaba que los cometas eran cuerpos celestes formados por residuos cósmicos, muy similares a los meteoritos, que vagan sin meta por el sistema solar. Hoy nuestros conocimientos sobre los cometas han experimentado una revolución.

El astrónomo americano Fred Whipple ha formulado una hipótesis que concuerda perfectamente con la mayor parte de las observaciones astronómicas. Según Whipple, los cometas son como "bolas de nieve sucia", es decir que estarían formados por un conglomerado de hielos (agua, amoníaco, dióxido de carbono) y por granos sólidos constituídos por carbono y silicatos.

Los núcleos así compuestos, debido a su pequeño tamaño, livianos y compactos, son capaces de resistir la fuerza gravitacional del Sol y de los planetas, pero ai mismo tiempo son bastante volátiles como para justificar ia enorme nube de la cual se rodean por efecto del calor solar. Esta hipótesis explicaría también por qué los cometas no son visibles cuando carecen de cabellera y de cola.
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