A lo largo de nuestras vidas cometemos errores; algunos, con solución, los enmendamos o no y los que no la tienen, los ignoramos o nos los cargamos en las espaldas para siempre.
No hay nada tan duro como creer que la persona a la que amas ha perdido la confianza en ti, o que ya ha dejado de quererte, o que no sabe que aquellos errores del pasado los llevas dentro como dagas que se te clavan y no puedes extraer de tu pecho.
A mi me ocurrió todo esto y no hace mucho. Y en lugar de enfrentarme a todo, lo dejé todo. Subí en un avión y me fuí lejos, a otro continente, donde creí encontrar otra persona que confiaba en mi y me amaba. Era sólo una ilusión, un mal sueño. Lo había regalado todo, lo material y lo inmaterial, y comencé a echarlo todo en falta a menos de cinco metros del suelo.
Por tozudez, por amor propio y por un espejismo, hice daño a muchas personas; con algunas no me importa, con otras sé que ya no me queda tiempo para sentirme en paz con ellas.
Una amiga me pidió honestidad y no me preguntéis por qué, pero esa palabra se me quedó grabada en el serrín de mi cabeza. Tenía razón. Suerte a que me quedaba un poco dentro de esa virtud.
Yo no le hago nudos en las sábanas a mi hija, es ella la que hace su nudito cada noche, porque escribe "papá", con letra irregular, en una pizarra antes de irse a dormir y porque sonríe cada vez que me mira o yo le hago una gañota. Porque soy su caballo que la pasea por el comedor y el que le compra los chiclés en su minitenda de juguete. Dibuja mi cara en un papel y la cuelga del frigorífico con dos imanes y me provoca tocando mis pañuelos del cajón para que yo me enfade y la persiga por toda la casa. Me roba el sueño cuando está enferma y yo se lo regalo con todo placer tocando su frente por saber si bajó la fiebre. Son todas aquellas grandes cosas que una pequeña persona puede llegar a darte pidiendo a cambio que sólo permanezcas a su lado.
Mi esposa es morena de ojos verdes, bajita, amable, un poco gruñona y muy desconfiada. Pero es mi esposa, la mujer que elegí para rematar mis días. Dios no utilizó una de mis costillas sino todos mis órganos vitales para hacerla, porque si me falta ella me ahogo. En aquellos días de separación la eché de menos tanto que dejé de ser humano y me dediqué a vagar en el adormecimiento mental y físico que te deja el alcohol.
No había nada que me saciara, no tenía una visión clara de mi futuro ni ilusiones como meta, sólo un tremendo vacio imposible de llenar por nadie. Supe que la amaba profundamente y que ya me importaba poco si ella me correspondía o no, o si coniaba en mi... Solamente quería tenerla a mi lado.
Ahora ya pasó la tormenta, llegó la calma dolorosa porque hay cosas que se perdonan pero no se olvidan, y soy yo quien no olvida que un día fuí traidor y mezquino, aunque me reconforte con mi cara mal dibujada en una pizarra o deshaciendo un par de onzas de chocolate en nuestras bocas mientras en el televisor emiten una pelicula clásica. Cuando en aquella pantalla en blanco y negro leo "The End" alguien ya duerme a mi lado y me siento feliz de que así sea, porque así quiero que sea mi vida. Como alguien dijo: "ella me completa".
No es cuento, no es un relato, es algo real que me ocurrió pero no encaja en "Historias reales", pero sí es mi reflexión, porque todo esto me ha enseñado muchas cosas: a no perdonarme a mi mismo, a saber que verdad tiene aquella frase de "no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos", a amar mi familia más que nunca y a luchar por aquellas personas que colorean mi vida cada día.
A quien crea estar en una situación similar, que no arriesgue, que no hay tesoro en el mundo que compense lo que en la rutina se encuentra sin pagarlo. Que no deje que la locura le gane la batalla como me la ganó a mi, ya que loco quedará para siempre.

Saludos

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