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Antiguo 22/04/2010, 17:30   #1
Vientos
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Viajes literarios

Aquí pongo un escrito que me inspiró un viaje que hice hace años. Espero que os guste Las fotos también son mías.


[CENTER][FONT=Arial Black][COLOR=Blue]MI AMADO CHAMBORD[/COLOR][/FONT]


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Desperezándome de las cenizas, resurjo, cual ave fénix, hacia los habitáculos que abandoné durante siglos. Aquel que fue mi hogar, y en cuyos aposentos reposé cual guerrero cansado de batallas incontables contra los fieros españoles.

Soy, ahora en espíritu aún, fiel guardián de las entrañas de estos lares. Desde aquí reivindico el honor que me fue desgarrado por el vil sacrílego y traidor que hundió su espada en mi pecho.

No, no os llevéis a engaño, no fui guerrero, no fui un soldado, mi papel en la vida fue convertirme en una de las favoritas del rey de Francia, Francisco I. Fue aquí en Chambord, donde el río de mi vida detuvo para siempre su carrera.

Pero me han despertado, han gritado mi nombre desde una garganta sedienta que se pierde en las profundidades de sus cimientos. Desde unas cuencas vacías me han mirado, con una mirada fría, helada, sin sangre y con unos dedos óseos me han señalado con aire acusador. No tengo más remedio que ser vuestra guía. Aunque, en mi apariencia fantasmal, no me podréis ver, sí percibiréis mi aliento álgido como la tumba de la cual procedo, conduciéndoos por los más hermosos salones y rincones de mi amado castillo, en el que he pasado tantas noches frías y solitarias, y que ahora me resisto a vislumbrar los miles de individuos que, atraídos por su belleza, vienen para molestar mi eterna vida.

Mi compañía os permitirá penetrar conmigo en el vasto bosque de Chambord. Pasad por alto el elevado precio que osarán pagar las largas colas que cada día se forman ante una de sus muchas entradas, y no os dejéis atemorizar durante nuestro recorrido, porque estáis conmigo, con el fantasma más longevo de toda la propiedad, y no os asustéis de mi afán vengativo, aunque al final de jornada podré cobrarme en sangre, como cada noche, lo que me fue arrebatado en vida. Ya os lo explicaré.

Surgido de una brumosa ciénaga, no se levantó por arte de magia, aunque más de uno lo diría: que alguien del más allá hizo los planos de este castillo.
No fue Chambord su primer nombre, ya que partía de las ruinas de un anterior castillo, pero sí cobró ese nombre tras la cesión que se le hizo al Conde de Chambord.
Pues ante la brumosa zona se levanta la hermosura de un sueño hecho realidad, la fantasía ideada en bocetos por Leonardo da Vinci, muerto antes de comenzar su construcción, se vio seccionada por este suceso, pero el nuevo constructor seguiría siendo desconocido hasta el día de hoy, aunque se dice que respetó ampliamente los planos del anciano maestro. El rey francés quiere impresionar a toda Europa con su obra, el símbolo tangible de su absolutismo. Pero he ahí un misterio que os lanzo ¿qué cerebro lo concibió como arquitecto?

Habéis dejado vuestros extraños y modernos artefactos en los que habéis llegado hasta mis riberas, aparcados a un lado del bosque. Aquí debéis llegar andando. Y, mientras os acercáis, dejaros embelesar por su belleza, por su altivez. Dejaros cautivar por los pensamientos que surgirán en vuestras cabezas, porque sí, aquí en Chambord, todos vuestros pensamientos tienen cabida. Todo lo que vuestras mentes puedan imaginar sucedió algún día en Chambord.

¿Tenéis calor? El sol aprieta, pero dejad eso para los otros turistas, conmigo llegaréis antes, sé los caminos adecuados para sortear las distancias. Seguidme a través de un mullido y fresco césped cuyo olor nos penetra por todas las células de vuestra piel, descalzaos porque no pisaremos su camino terroso, sino una mullida alfombra de verdor. Recordad, eso es beneficioso para vuestros pies y los míos, ¡mis pies!, no ya para los míos, pero mis pies fueron un día los más hermosos de la corte y los más besados por el rey.

Remontémonos a 1519 cuando comienza su construcción, y contemplemos a esos 1.800 fornidos hombres, de anchas espaldas, sobre cuyos cuerpos sudorosos se transportan sacas de arena. Ved los carros que llevan los grandes bloques de piedra blanca. Hombres que dejaron sus vidas en casi 30 años de esfuerzos, destrozándose las espaldas, las manos, los brazos, algunos perdieron sus vidas levantando estos hermosos muros. Sí, miradlos aún ahí, caminando entre nosotros, como fantasmas, sin vernos, sin molestarnos. Siguen haciendo su trabajo. ¿Acaso no los veis? Siento vuestras miradas extrañas. Ah, es cierto, casi lo olvidaba, son fantasmas, como yo. Dejémosles seguir su trabajo, aún no saben que han muerto y siguen trabajando.

Y nos vamos colando dentro de sus entrañas, en sus salones, para ir descubriendo sus rincones secretos, 440 habitaciones posee, 365 chimeneas que se encienden con total independencia de cada dependencia. 83 escaleras, pero ¡cielos cómo las subía y bajaba yo en mi juventud! Pero la más hermosa de todas las escaleras, aquella doble surgida de la mente del de da Vinci, donde hacíamos correrías para no encontrarnos nunca con quien bajara o según quien subía. Nos saludábamos en sus palcos abiertos al interior, pero nunca nos cruzábamos en el camino de bajada y subida. Maravillosa escalera que hacía latir nuestros fogosos corazones y aumentar nuestros deseos de poder abrazarnos.

Ahora saldremos a sus magníficas terrazas, donde se sucedían las fiestas más célebres de toda Francia. Contemplad la grandeza de las tierras que abarcan nuestras vistas, el esplendoroso bosque, donde aún los ciervos campean a sus anchas. Frondosos, como siempre me gustaron, para perdernos en ellos y encontrarnos. Hermosos tiempos pasados.

Durante cinco siglos pasó de ser centro de residencia veraniega, de cacerías, de suntuosos festejos de los distintos reyes de Francia.

Así como se aconseja visitar las diferentes estancias palaciegas en grupos, nosotros, por ser, como dije al principio, habitantes a perpetuidad del mismo, tenemos el privilegio de recorrerlo a solas con la simple guía de nuestra curiosidad a rienda suelta. Eso sí, por vuestra parte espero que llevéis calzado cómodo. Así pues, ante nosotros se abren 90 salones, el resto aún guardan sus secretos.

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Pasemos y contemos lo que vamos viendo: más de 3000 objetos de arte, lámparas de cristal, cuadros, entre mobiliario, figuras, tapices, uno de ellos mostrándonos una de las cacerías del rey Francisco I. La galería de las pinturas. Observemos a los personajes que se asoman desde sus retratos. No, no busquéis mi rostro entre ellos. Yo, sólo era una damisela. Yo viví con la mayoría de ellos, y sé de la importancia de sus vidas en la corte. Desde ellos parecen hablarnos del valor de sus linajes. Pero no nos dejemos impresionar por ellos, ahora están ahí, encerrados en esas viejas telas pintadas, tuvieron poder, sí, cambiaban el orden del mundo a su antojo, no olvidéis que también en vuestro nuevo mundo sucede igual. Pero al final como todos, estos están muertos, descansen en paz.

Vayamos despacio a la sala de armas para dejaros impresionar por las piezas de artillería que aquí se guardan. Cuidado, no se nos vayan a disparar, no se agolpen por favor, que no queremos hacer estallar la pólvora. Me he quedado con todos ustedes, ¿qué quieren?, un fantasma también tiene derecho a bromear.

Los relieves de los artesonados de piedra o madera, llamarán vuestra atención, pues sí los símbolos de Francisco, la salamandra y la F (su inicial), también figura el armiño, y la flor de lis. ¿Qué quieren?, estamos en Francia.

En otro de los salones la estufa de mayólica, azulejos de Meissen, del siglo XVIII, captará nuestra atención. Yo a estas alturas ya me olvidé del calor que produce. La verdad, que no lo necesito.
Entremos en el dormitorio del conde de Chambord con su cama de dosel tallada y sus cortinajes rojos y dorados bordados. ¿Esconderá algún secreter que nadie ha podido descubrir aún, conteniendo secretos nocturnos o políticos?, es algo que el tiempo dirá.
El gabinete de Francisco I está ahora vacío, pero allí recuerdo que pasó numerosas noches, de las que también fui testigo.

Su dormitorio engalanado en terciopelos rojos y bordados de oro, por lo demás sobrio. No era así antaño.
La sala de gala, con su enorme cama con dosel, vestida de celeste, con columnata, preciosa, llena de recuerdos. Por favor, no toquen sus paneles dorados.
Por fin, una de las más acogedoras habitaciones, la de la cama polaca, con sus revestimientos de diseños de adelfas. La más alegre para mí, de todas.

Ya es de noche, pero sin miedo. ¿Quién se queda a contemplar los maravillosos reflejos de la Luna sobre la fachada, las terrazas, jugando con las luces de color que se proyectan con artefactos modernos y esos hermosos sonidos musicales? No hay que temer a la noche. Pero ¿quién lo ve?, sólo los turistas parecen no temer a las brumas nocturnas, a la noche de Chambord. La noche nos embriaga con sus misterios y podréis recorrer sus oscuros pasillos y camarines alumbrados con vuestras linternas. ¿No es escalofriante?, ¿no os fascina? ¿Dónde se daban nuestros encuentros amorosos, de secretos vendidos?, pues en los numerosos pasillos, esquinas y rincones escondidos. Pero que más hermoso que pasear por sus terrazas, a la luz de la Luna, entre sus numerosas chimeneas con adornos de marquetería en pizarra.

Y, terminando la jornada, sólo me queda pediros vuestro pago en sangre. Sí esa sangre roja que riega las copas de mi amada región de la Sologne, el Sancerre, así como los de la Touraine y de Anjou, acompañado de un faisán a la cazuela, o de un venado a las salsas de cerezas negras. Para chuparme los huesos.

¿Queréis saber cómo paso ahora las largas y frías noches en mis habitaciones, cuando vuestras visitas no me incordian?, bordando, con mis dedos de huesos, la colosal planta del castillo del que quedé impresionada la primera vez que lo vi.

Vientos©®2006

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Bureau con taracea e incrustaciones de hueso, dibujando escenas de caza.
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