Usuario Activo
Fecha de ingreso: 11/mar/2003
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Gracias jaiex10 Estamos demostrando que somos mejores,solo con nuestros meritos
Este te lo dedico a ti compañero.
Sexo débil
¡Psé!, sexo débil... Creo que la imagen del sexo débil se desvirtúa totalmente cuando las vemos actuar en los transportes públicos, por ejemplo. Cualquiera que se haya dedicado a observar cómo se mueve el sexo débil sobre un bus, debe haber llegado a la misma conclusión que yo, aquellos que no lo han hecho, podrán enterarse aquí de lo qué estoy hablando. Veamos...
La cola para subir al bus
La cosa comienza aquí, en la cola; algo que ellas jamás en la reputísima vida se dignarán a respetar.
-Perdón, ¿esta es la cola del 15? -preguntan con una afable sonrisa.
-¡Psé! -respondemos, sabiendo que estamos desperdiciando saliva. ¿Para qué?
Sigamos. Minutos después aparece el bus. Tenemos algo más de diez personas delante nuestro y, ¿qué sucede? Uno espera tranquilamente a que la cola avance. ¿Y ella? Ella, y las OTRAS, se abalanzan desesperadamente hacia la puerta del bus y se atropellan para subir, dejándonos a todos los que pacientemente aguardábamos nuestro turno, esparcidos por la vereda y sobándonos las costillas debido a los codazos que dieron para poder pasar. ¿De qué carajo tienen miedo digo yo? ¿Acaso es el único bus en toda la ciudad?
¡Al fondo hay lugar!
El bus está lleno, hace calor, y como no queremos desgarrar nuestras vestiduras en el penoso trabajo de llegar hasta el fondo, decidimos quedarnos en la parte delantera. ¿Para qué? Para nada, pues siempre hay una mujer a mano para ayudarnos en la tarea de alcanzar la parte trasera del bus. ¿Cómo? Bien, seguro que se han fijado en un detalle. Tomémonos un minuto para el siguiente juego: imagine algo grande, pero muy grande, no, así no, más grande, eso, ASÍ de grande, bueno ESO, tan inmensamente grande es (¡suenen pitos y matracas!): el bolso de la dama. Son taaan, pero taaaaan graaandeeees, que si usted alguna vez desea irse de campamento y no tiene mochila, puede recurrir a una dama para solucionar su problema. ¡Pídale un bolso y listo!, además, son taaan, pero taaaaan graaandeeees, que hasta podrá utilizarlo como carpa si lo desea, así que no lo dude e invite a todos sus amigotes, total... espacio es lo que sobra.
Entonces, retomando lo que decía... ¿Qué sucede cuando hemos tomado la decisión de quedarnos allí adelante, pese a las furibundas miradas del conductor? Una de ellas, que acaba de recibir su cambio, decide tomarse a pecho los ladridos del chofer y, bolso al hombro porque eso sí, jamás lo bajan de allí; emprende la difícil maniobra que minutos antes decidiéramos olvidar. Se aferran a la barra del techo, e inmediatamente comienzan a abrirse paso a través de la gente.
¿Permiso?, jamás, esa es una palabra que no existe en su vocabulario, y ahí arremeten, a codazo limpio y aferradas a su mamotreto, arrastrando a cuanto mortal se interponga en su camino. ¿Dónde terminamos nosotros? En el fondo, donde no queríamos estar y luchando con la dama para hacerle entender, que sólo hemos caído accidentalmente dentro de las fauces de su bolso, que no buscábamos nada.
¿Nos sentamos?
El bus, que estaba lleno, ha ido vaciándose lentamente. Sólo quedamos algunas personas de pie, entre las que se encuentran alguna que otra dama (habrán visto que pese a todo, las sigo considerando personas ¡eh!, después no digan...). ¿Qué sucede entonces? Una de las personas que está sentada cerca nuestro prepara sus bártulos y comienza a mirar por la ventana, clarísima señal que se dispone a despegar el culo del preciado asiento. Observamos ese movimiento de reojo, giramos la cabeza para ver a esa persona poniéndose de pie y dado que somos los más cercanos al ahora vacante asiento, nos dirigimos hacia él. Una fracción de segundo después de emprender la marcha, escuchamos: tocotom, tocotom, ¡tocotom! y alcanzamos a percibir una extraña vibración que sacude todo el vehículo.
¿Qué es eso? ¿Una manada de elefantes en estampida? Aterrorizados, giramos la cabeza y vemos entonces a una de las damas, emprendiendo una loca y desesperada carrera hacia el mismo destino que nosotros, con los ojos inyectados de sangre, un hilo de baba escurriéndose por la comisura de sus labios y una extraña expresión en su rostro. Afortunadamente, logramos apartarnos de su camino y segundos más tarde la vemos zambullirse de cabeza en el asiento que acaba de liberarse. Sólo les queda golpearse el pecho y pegar un estridente grito onda Tarzán y encender un Camel, que en mi fuero interno creo que no lo hacen sólo por pudor, pero que internamente se mueren por hacerlo no me cabe la menor duda.
A veces me pregunto... ¿Qué hubiese hecho Aníbal si no hubiese conseguido elefantes? Fácil, ¡hubiese equipado a sus legiones con una manada de estas delicadas señoras! ¿Qué hacer en una situación así? Pues lo que yo, correrse, jamás se le ocurra interponerse entre ellas y el asiento, pues podrían salir seriamente lastimados, la determinación de ellas por "hacerse" con ese asiento, podrá más que usted, se lo aseguro.
¡Agárrese!
"Pero no de mí", cabría acotar. ¿Han visto ustedes que nunca se agarran? De las barras claro, porque de los pasajeros sí. Suben al bus, sacan su boleto y comienzan su periplo hacia atrás, como ya vimos más arriba. Pero hay un pequeño detalle, no se agarran, y una vez que el delicado y sutil guacho de mierda del conductor mete la primera y arranca, pierden el equilibrio y comienzan a irse a la mierda.
Ahora bien, ¿qué sucede entonces? Ete aquí que nosotros, que estamos perfectamente agarraditos, comenzamos con nuestra propia lucha para no darnos de trompa contra nadie. Vamos soportando bastante bien la inercia del bus hasta que sentimos que algo se aferra a nuestra manga. Irremediablemente, nuestro precario equilibrio se va al carajo y terminamos hechos un rollo debajo el asiento del chofer.
¿Y todo gracias a quién? A la dama por supuesto, que no se dio por enterada aun, que esos primorosas barritas que decoran el interior del bus, se han hecho para agarrarse, y no nuestras mangas. ¿Qué hacer? Fácil, esté atento en todo momento y cuando el abrazo mortal se avecine, retire prontamente el brazo. Acto seguido, disfrute viendo a la dama, y no a usted, hecha un rollo debajo de algún asiento.
Las que se agarran
La verdad es que también existen las que se agarran, no crea que no, y el problema con ellas es distinto. El bus está lleno, no hay lugar ni para acomodar a un mosquito. De pronto, sentimos que una fuerza sobrehumana nos impulsa hacia adelante, dejándonos prácticamente colgados de la ventanilla y del lado de afuera. Tratamos de volver a nuestra posición original, pero recibimos entonces un brutal codazo en el estómago, que nos saca definitivamente de nuestro lugar y nos deja rumiando el hígado.
¿Adivinas? Exacto, es una de ellas. Ni sueñe con recuperar SU tramo de barra, a no ser que quiera conocer en el acto al famoso Diablo de Tasmania en versión femenina. ¿No me cree? No importa, de todos modos no haga la prueba.
¡¿Sexo débil?! ¡Psé! ¿Sigues creyendo esa infamia después de leer este artículo?
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